El sentimiento de culpa es considerado como una emoción negativa que, si bien a nadie le gusta experimentar, lo cierto es que es necesaria para la correcta adaptación a nuestro entorno. Muchos autores coinciden en definir la culpa como un afecto doloroso que surge de la creencia o sensación de haber traspasado las normas éticas personales o sociales especialmente si se ha perjudicado a alguien.La culpabilidad, por tanto, surge ante una falta que hemos cometido (o así lo creemos). Su función es hacer consciente al sujeto que ha hecho algo mal para facilitar los intentos de reparación. Su origen tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral, que se inicia en nuestra infancia y que se ve influida por nuestras diferencias individuales y las pautas educativas.
Existen personas que confunden esta emoción con la vergüenza, incrementando su malestar emocional, ya que al mezclar ambos sentimientos se retroalimentan entre sí. Mientras que la culpa aparece ante el dolor por el daño causado, la vergüenza se experimenta cuando nos percibimos con la falta de una habilidad o capacidad que se presumía deberíamos tener.
Para entender la culpa hay que conocer cuáles son sus elementos:
La combinación de estos elementos puede dar lugar a dos tipos de culpa:
La culpabilidad es un arma poderosa, pues puede utilizarse para ejercer poder y obtener de los otros lo que quieren. Las personas culpabilizadoras intentan hacernos creer que nuestra culpabilidad está justificada y así aprovecharse de nosotros. A esto se le denomina chantaje emocional: “no haces lo que se espera de ti”, “no sé cómo has sido capaz de…”, “si hubieras… no habría ocurrido”, etcétera. A partir de la inducción de culpa buscan nuestra sumisión o la consecución de sus objetivos. Por eso, debemos evitar este perfil de personas.
Algunas de las características de las personas culpabilizadoras son:
Las personas que tienden a autoculpabilizarse de forma frecuente sienten un importante malestar emocional, desprecio por sí mismo, desvalorización, etcétera. Estos sentimientos se asocian a un elevado nivel de autoexigencia, perfeccionismo, obsesividad y tristeza, además de un nivel muy bajo de autoestima.
La autoculpa nos engaña haciéndonos sentir que no hemos sido capaces de resolver algo que nosotros creíamos controlar, generándonos frustración y desasosiego. Por otro lado, la autoculpa es peligrosa en el sentido de que si cargamos nosotros con toda la culpa, liberamos a los demás de la suya y les incapacitamos para que aprendan a reparar errores o a no volverlos a cometer.
Habrá que buscar la mediación oportuna para cerrar ese ciclo que afecta al individuo y a quienes le rodean. Por lo tanto, el servicio de un profesional, bajo un contexto, donde se pueda expresar el individuo de manera amplia y sin represiones, y con un sentido ético para la solución del conflicto, es necesario.